DERRIBANDO GIGANTES
David era un joven humilde, sencillo, intrépido pero también muy valiente. Su pueblo estaba en guerra, por lo cual sus hermanos se hallaban peleando contra el enemigo, mientras tanto, él como hijo menor, pastoreaba las ovejas de su padre.
Un día fue enviado al campo de batalla a llevarles comida a sus hermanos, cuando escuchó que los soldados hablaban de un gigante muy fuerte llamado Goliat. Todos le tenían mucho miedo, realmente su presencia y sus desafiantes gritos lograban intimidar completamente al pueblo.
David, escuchó esto y pudo ver que por el temor reinante, nadie hacia nada con esta situación. Por lo cual, decidió que él mismo lucharía contra Goliat. En ese momento todos se burlaron de él y hasta sus hermanos le llamaron la atención por su arrogancia. Pero David estaba firme en su decisión de enfrentar al gigante.
Entonces fue a hablar con el rey para decirle que él iba a pelear contra Goliat. Pero el rey trató de disuadirlo argumentando que era demasiado joven, además era de contextura física pequeña y por si faltaba algo más en contra, se dedicaba a pastorear ovejas. Le dijo no sabes cómo pelear, no podrás contra Goliat que es gigante y muy fuerte, él es un experimentado soldado y sabe pelear. A pesar de todas estas razones lógicas, David seguía convencido en enfrentar a Goliat, entonces el rey accedió a su petición y le ofreció usar la armadura real, pero David ni siquiera podía soportar su peso, por lo que decidió luchar sin armadura.
Entonces escogió cinco piedras lisas del arroyo y con la honda en su mano, se fue al encuentro del gigante.
Cuando Goliat miró y vio a David, lo despreció, porque era un joven de hermoso semblante y de ninguna manera tenía el aspecto de un guerrero.
Entonces David dijo al filisteo: Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina. Pero yo voy contra ti en el nombre de Jehová de los Ejércitos, Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has desafiado. Tomó de allí una piedra y la arrojó con la honda, hiriendo al filisteo en la frente, quien cayó de rodillas.
Así David lo venció, con una honda y una piedra, lo mató sin tener espada en su mano.
¿Cuántas veces la gente te dijo a ti que no puedes, que eres muy pequeño, que no vales nada, que eres insignificante? ¿Cuántas veces tú te has creído estas palabras?
Es tan importante el poder de las palabras, que puede llevarte a la derrota o a las más resonantes victorias frente al gigante de tu vida.
David no permitió que las palabras negativas hicieran efecto en él, sino que a pesar de ser solo un pequeño joven, tuvo la valentía de luchar y vencer al gigante.
Al igual que David, no debemos permitir que las palabras negativas dejen huella en nuestra vida, porque si escuchamos lo negativo, lo que pudiera salir mal o lo que pudiera pasarnos, jamás podremos vencer nuestras circunstancias.
David estaba seguro de su victoria porque confiaba plenamente en Dios, él sabía que Dios no lo defraudaría. Es así que tú también puedes confiar plenamente en Dios, si pones toda tu confianza y fe en Él, podrás obtener la victoria contra todo gigante que se te ponga por delante.
¡De Dios es la batalla!
Un día fue enviado al campo de batalla a llevarles comida a sus hermanos, cuando escuchó que los soldados hablaban de un gigante muy fuerte llamado Goliat. Todos le tenían mucho miedo, realmente su presencia y sus desafiantes gritos lograban intimidar completamente al pueblo.
David, escuchó esto y pudo ver que por el temor reinante, nadie hacia nada con esta situación. Por lo cual, decidió que él mismo lucharía contra Goliat. En ese momento todos se burlaron de él y hasta sus hermanos le llamaron la atención por su arrogancia. Pero David estaba firme en su decisión de enfrentar al gigante.
Entonces fue a hablar con el rey para decirle que él iba a pelear contra Goliat. Pero el rey trató de disuadirlo argumentando que era demasiado joven, además era de contextura física pequeña y por si faltaba algo más en contra, se dedicaba a pastorear ovejas. Le dijo no sabes cómo pelear, no podrás contra Goliat que es gigante y muy fuerte, él es un experimentado soldado y sabe pelear. A pesar de todas estas razones lógicas, David seguía convencido en enfrentar a Goliat, entonces el rey accedió a su petición y le ofreció usar la armadura real, pero David ni siquiera podía soportar su peso, por lo que decidió luchar sin armadura.
Entonces escogió cinco piedras lisas del arroyo y con la honda en su mano, se fue al encuentro del gigante.
Cuando Goliat miró y vio a David, lo despreció, porque era un joven de hermoso semblante y de ninguna manera tenía el aspecto de un guerrero.
Entonces David dijo al filisteo: Tú vienes contra mí con espada, lanza y jabalina. Pero yo voy contra ti en el nombre de Jehová de los Ejércitos, Dios de los escuadrones de Israel, a quien tú has desafiado. Tomó de allí una piedra y la arrojó con la honda, hiriendo al filisteo en la frente, quien cayó de rodillas.
Así David lo venció, con una honda y una piedra, lo mató sin tener espada en su mano.
¿Cuántas veces la gente te dijo a ti que no puedes, que eres muy pequeño, que no vales nada, que eres insignificante? ¿Cuántas veces tú te has creído estas palabras?
Es tan importante el poder de las palabras, que puede llevarte a la derrota o a las más resonantes victorias frente al gigante de tu vida.
David no permitió que las palabras negativas hicieran efecto en él, sino que a pesar de ser solo un pequeño joven, tuvo la valentía de luchar y vencer al gigante.
Al igual que David, no debemos permitir que las palabras negativas dejen huella en nuestra vida, porque si escuchamos lo negativo, lo que pudiera salir mal o lo que pudiera pasarnos, jamás podremos vencer nuestras circunstancias.
David estaba seguro de su victoria porque confiaba plenamente en Dios, él sabía que Dios no lo defraudaría. Es así que tú también puedes confiar plenamente en Dios, si pones toda tu confianza y fe en Él, podrás obtener la victoria contra todo gigante que se te ponga por delante.
¡De Dios es la batalla!
El Señor mismo irá delante de ti, y estará contigo; no te abandonará ni te desamparará; por lo tanto, no tengas miedo ni te acobardes. Deuteronomio 31:8
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